Por Tomás Menéndez
El transporte es uno de los mayores responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. Aproximadamente, un 23% del total de las emisiones son generadas por los distintos tipos de transporte, un dato que nos obliga a focalizarnos en este sector para poder pensar en reducir las emisiones globales.
Anualmente, se estima que el transporte emite unas 8.000 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente. El mismo comprende distintos tipos: el transporte terrestre, responsable de aproximadamente el 75% de las emisiones del sector; el transporte aéreo, que representa cerca del 11% de las emisiones; y el transporte marítimo, que emite aproximadamente el 10% de las emisiones totales del transporte.
Teniendo en cuenta la magnitud de estas cantidades , se pueden considerar alternativas sostenibles para alcanzar las metas propuestas en el Acuerdo de París, que —para cumplir dichos objetivos, las emisiones deberían reducirse en un 25% para el 2030—.
El transporte terrestre, es el que cuenta con un mayor número de alternativas sostenibles y, de hecho, dos de ellas son bastante utilizadas: los biocombustibles y la electrificación.
El biocombustible es un tipo de combustible producido a partir de materia orgánica renovable, como aceites vegetales, residuos agrícolas o grasas animales. Se usa como alternativa a los combustibles fósiles (gasolina, diésel y queroseno) y puede reducir considerablemente las emisiones de carbono, aunque su impacto varía según cómo se produzca. En la actualidad, la mayoría de los combustibles comercializados contienen una fracción de estos, lo que disminuye sus emisiones netas. La dificultad se encuentra en las cantidades producidas, ya que no son suficientes.
Por otra parte, la electrificación se encuentra en auge. Durante el 2022, se vendieron aproximadamente 10 millones de autos eléctricos (14% del total de las ventas). Su funcionamiento reside en la carga de baterías de litio que funcionan de manera análoga a un motor de combustión. Los camiones, debido a su gran porte, permiten comenzar a implementar una hibridación de baterías junto con pilas de hidrógeno, el cual es utilizado para generar energía en un proceso similar al de las baterías de litio, liberando agua al combinarse con oxígeno.
Sin embargo, es fundamental tener en cuenta que para que la electrificación tenga un impacto real en la disminución de las emisiones, la matriz energética debe estar compuesta por energías renovables. Pero, como es sabido, la recarga de energía eléctrica se está produciendo a partir de combustibles fósiles. A su vez, se necesita una adecuación de los servicios, proporcionando suficientes estaciones de recargas para que la utilización tenga un funcionamiento normal.
¿Y qué hay respecto al transporte marítimo y aéreo? Estos presentan dificultades técnicas que vuelven menos viable la electrificación. El gran tamaño y el peso, junto con la autonomía, requieren la búsqueda de otra alternativa. Es allí donde entran en juego los combustibles sintéticos. Estos se obtienen, como bien dice su nombre, a partir de un proceso de síntesis en el cual se utiliza el hidrógeno verde, obtenido a partir de energías renovables.
En el caso del transporte marítimo, la alternativa más prometedora es el amoníaco verde, que es un gran portador de hidrógeno, el cual tiene una enorme energía almacenada. Y en el caso del transporte aéreo, se utilizan los combustibles de aviación sostenibles (SAF, por sus siglas en inglés). Este es el equivalente al keroseno, componente principal de los combustibles de aviación.
A modo de conclusión: para lograr las metas de descarbonización propuestas, es necesario la aplicación de las mencionadas alternativas sostenibles, complementándolas con otras medidas como el fomento del uso de bicicleta, la contratación de autos como servicio y la planificación de ciudades compactas que no requieran la movilización para el desarrollo de la vida diaria.
Fuentes:
https://www.iea.org/energy-system/transport
https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg3/chapter/chapter-10/